sábado, 7 de marzo de 2009

Domingo 08 Marzo 2009



Segundo Domingo de Cuaresma


San Juan de Dios, Devoción Mariana: NUESTRA SEÑORA DE AKITA


Leer el comentario del Evangelio por San Ambrosio : «Se transfiguró delante de ellos; sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador»


Lecturas


Génesis 22,1-2.9.10-13.15-18. Después de estos acontecimientos, "Dios puso a prueba a Abraham "¡Abraham!", le dijo. El respondió: "Aquí estoy". Entonces Dios le siguió diciendo: "Toma a tu hijo único, el que tanto amas, a Isaac; ve a la región de Moria, y ofrécelo en holocausto sobre la montaña que yo te indicaré". Cuando llegaron al lugar que Dios le había indicado, Abraham erigió un altar, dispuso la leña, ató a su hijo Isaac, y lo puso sobre el altar encima de la leña. Luego extendió su mano y tomó el cuchillo para inmolar a su hijo. Pero el Angel del Señor lo llamó desde el cielo: "¡Abraham, Abraham!". "Aquí estoy", respondió él. Y el Angel le dijo: "No pongas tu mano sobre el muchacho ni le hagas ningún daño. Ahora sé que temes a Dios, porque no me has negado ni siquiera a tu hijo único". Al levantar la vista, Abraham vio un carnero que tenía los cuernos enredados en una zarza. Entonces fue a tomar el carnero, y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo. Luego el Angel del Señor llamó por segunda vez a Abraham desde el cielo, y le dijo: "Juro por mí mismo - oráculo del Señor - : porque has obrado de esa manera y no me has negado a tu hijo único, yo te colmaré de bendiciones y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar. Tus descendientes conquistarán las ciudades de sus enemigos, y por tu descendencia se bendecirán todas las naciones de la tierra, ya que has obedecido mi voz".


Salmo 116,10.15.16-17.18-19. Tenía confianza, incluso cuando dije: "¡Qué grande es mi desgracia!". ¡Qué penosa es para el Señor la muerte de sus amigos! Yo, Señor, soy tu servidor, tu servidor, lo mismo que mi madre: por eso rompiste mis cadenas. Te ofreceré un sacrificio de alabanza, e invocaré el nombre del Señor. Cumpliré mis votos al Señor, en presencia de todo su pueblo, en los atrios de la Casa del Señor, en medio de ti, Jerusalén. ¡Aleluya!


San Pablo a los Romanos 8,31-34. ¿Qué diremos después de todo esto? Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿no nos concederá con él toda clase de favores? ¿Quién podrá acusar a los elegidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién se atreverá a condenarlos? ¿Será acaso Jesucristo, el que murió, más aún, el que resucitó, y está a la derecha de Dios e intercede por nosotros?


Marcos 9,2-10. Seis días después, Jesús tomó a Pedro, Santiago y Juan, y los llevó a ellos solos a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos. Sus vestiduras se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo podría blanquearlas. Y se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Pedro dijo a Jesús: "Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías". Pedro no sabía qué decir, porque estaban llenos de temor. Entonces una nube los cubrió con su sombra, y salió de ella una voz: "Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo". De pronto miraron a su alrededor y no vieron a nadie, sino a Jesús solo con ellos. Mientras bajaban del monte, Jesús les prohibió contar lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Ellos cumplieron esta orden, pero se preguntaban qué significaría "resucitar de entre los muertos".


Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.


Leer el comentario del Evangelio por


San Ambrosio (hacia 340-397), obispo de Milán y doctor de la Iglesia Comentario al evangelio de san Lucas, VII, 9s


«Se transfiguró delante de ellos; sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador»


Tres son los escogidos para subir a la montaña, dos para aparecerse con el Señor... Pedro, que ha recibido las llaves del Reino de los cielos, sube, y Juan a quien se le confiará la Madre de Jesús, y Santiago que será el primero en llegar a la dignidad de obispo. Después aparecen Moisés y Elías, la Ley y la profecía, con el Verbo... También nosotros subimos la montaña, imploramos al Verbo de Dios para que se nos aparezca en su «resplandor y belleza», que sea «fuerte, se adelante en majestad y reine» (Sl 99,4)... Porque si tú no subes a la cumbre a través de un saber más elevado, la Sabiduría no se te revelará, no tendrás el conocimiento de los misterios, ni verás aquel resplandor, aquella belleza contenida en el Verbo de Dios, sino que el Verbo te parecerá como en un cuerpo «sin belleza ni resplandor» (Is 53,2). Te parecerá como un hombre lastimado, capaz de sufrir nuestros males (v. 5); te parecerá como una palabra nacida del hombre, cubierta del velo de la letra, sin resplandecer con la fuerza del Espíritu (cf 2C 3,6-17)... Sus vestidos son de una manera abajo de la montaña, otra allá arriba. Puede ser que los vestidos del Verbo sean las palabras de la Escritura, adornando, por decirlo de alguna manera, el pensamiento divino, y puesto que se aparece a Pedro, Santiago y Juan bajo otro aspecto, sus vestidos resplandecen de un blanco deslumbrador, de la misma manera que, a los ojos de tu espíritu, se ilumina ya el sentido de las Escrituras. Las palabras divinas, pues, se vuelven como nieve, los vestidos del Verbo «de un blanco deslumbrador como no puede dejarlos ningún batanero del mundo»... Vino una nube y los cubrió con su sombra. Esta sombra es la del Espíritu divino; no es un velo sobre el corazón de los hombres, sino que revela lo que esta escondido... Ya lo ves: no sólo para los principiantes, sino también para los perfectos y lo mismo para los que habitan en el cielo, la fe perfecta es conocer al Hijo de Dios.




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